lunes, 2 de mayo de 2011

EL ESCONDITE PAQUISTANÍ

¿Alguien ha visto alguna vez un kalashnikov en una mezquita? Yo sí, en la mezquita roja de Islamabad. Y no sólo uno, varios. ¿Qué pintaba un arma en un templo? En ese caso, la explicación estaba muy clara: proteger a su director, Abdul Razid Ghazi. 
Es el personaje que ven sobre estas líneas. Tuve el "privilegio" de entrevistarle en septiembre de 2006 en un viaje a Pakistán para hacer una serie de reportajes. Digo que tuve suerte entonces de hablar con él porque murió meses más tarde. Fue abatido por el ejército paquistaní dentro de la mezquita.
Nunca se me olvidarán sus palabras: "El concepto de yihad está contemplado en el islam. Si alguien ataca a nuestra religión, tenemos que defendernos, y a veces, no queda más remedio que defenderse atacando". 
El kalashnikov estaba dentro de su despacho. Uno de los estudiantes de la madrasa, la escuela coránica en el recinto de la mezquita, lo sacó antes de que entrásemos en la habitación. Al menos otro de los jóvenes que aguardaba en el exterior llevaba también un AK-47 al hombro. Y no lo escondía.
Cuando le pregunté por qué necesitaba tener armas en una mezquita me dijo que era por culpa del Gobierno de Pervez Musharraf. "No podemos bajar la guardia porque quieren acabar con nosotros", dijo. 
Yo no me lo tomé muy en serio, pero, estaba equivocada. En julio del año siguiente, las tropas de élite asaltaron la mezquita y mataron, entre otros a Ghazi, cuyo cadáver apareció en el sótano. La justificación oficial para intervenir fue que la mezquita se había convertido en un lugar peligroso, una amenaza para la seguridad del pais. Un lugar en la órbita de AlQaeda.
Historias como ésa se conocen en un viaje a Pakistán, el país más enigmático que he visitado nunca. 
Ghazi, como tantos otros, había luchado en Afganistán contra las tropas soviéticas. Y para Ghazi, como para tantos otros, el de los talibanes había sido el mejor gobierno que el país vecino había tenido nunca. Al fin y al cabo, los talibanes, al igual que AlQaeda, eran productos made in Pakistán. 
En ese viaje me acerqué hasta Peshawar la cuna de ambas criaturas. Una ciudad clave. Allí nació AlQaeda en los 80 (La Base en árabe) la organización destinada a liberar Afganistán de la invasión infiel. Y allí, nació también el movimiento talibán una década después. Los estudiantes del islám se educaron en las madrasas de esa ciudad. Eran hijos de afganos refugiados de la guerra.
En Pesawar comprobé que hay territorios al margen de la ley y del Estado. Lugares donde la justicia la resuelven los líderes pastunes (la etnia de los talibanes) a su manera. Lugares (lo vi con mis propios ojos) donde cualquier familia pudiente tiene un auténtico arsenal en su vivienda.
Peshawar está a dos horas en coche de la frontera con Afganistán. Cuando estuve allí, el gobierno local había prohibido la música. Las mujeres se ocultaban bajo el burka y eso que era 2006, cinco años después de la caída del régimen talibán en el país vecino. Era uno de los mayores supermercados de armas del mundo. Los escaparates exhibían kalashnikov por menos de cien euros.
Foto junto a varios miembros de la policía tribal

Allí no había rastro del ejército paquistaní. La seguridad y el control fronterizo se habían cedido a la policía tribal, un cuerpo especial de la etnia pastún, que supuestamente velaba por la seguridad de ambos países. 
En Peshawar, comprobé que muchos consideraban a Osama Bin Laden como un buen musulmán. Los talibanes eran vistos como gente honrada que podría haber pacificado Afganistán si les hubieran dejado tiempo, si Occidente les hubiera dejado en paz. 
En Paquistán descubrí que las cosas no eran como me las habían contado, que una realidad mucho más compleja aparecía ante mis ojos desmontando algunas preconcepciones.
En Paquistán me dijeron que el ISI, los servicios secretos, estaban por todas partes pero eran invisibles. Me dijeron también, que sus dirigentes apoyaban el yihadismo a pesar de vender lo contrario de cara a Occidente. Quienes me lo dijeron formaban parte de los servicios secretos de otra nación.
Fotografía tomada desde nuestro vehículo en una calle de Peshawar

En Pakistán me di cuenta de que todo el país era una especie de laboratorio. Un lugar donde el Poder debía realizar un peligroso juego de equilibrios. Un lugar donde el doble juego era la única política real.
Era septiembre de 2006, allí viví el quinto aniversario del 11-S. Especulábamos sobre el lugar dónde estaría escondido Bin Laden. No sabía que lo tenía mucho más cerca de lo que nunca hubiera podido imaginar.

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