sábado, 10 de diciembre de 2011

EL VOTO DE LOS MUERTOS EN EGIPTO


De espaldas a la ciudadela de Saladino y a escasos metros del bazar Khan al Khalili, uno se encuentra de pronto en una ciudad distinta dentro de El Cairo. En la llamada ciudad de los muertos. Es un espacio con reglas propias donde no hay atascos ni bocinazos. El bullicio desaparece y emerge un extraño silencio. 



Es un cementerio habitado, donde, desde hace un siglo, los vivos comparten el espacio de los muertos. Donde las tumbas se utilizan para cortar patatas, secar la ropa o depositar una jaula con animales. 
 

Egipto celebra estos días elecciones legislativas. Me acerco a esta necrópolis llena de vida para hablar con sus habitantes, para tratar de averiguar por qué fuerza política se decantan. Quiero saber a quién votan los habitantes de la ciudad de los muertos.


Y aquí está Mohamed, de 23 años. No podría encontrarse en otro lugar, dadas las circunstancias. Hablo con él en la tumba que está terminando de cavar. "Hay dos espacios", me explica, "a la derecha de las escaleras se enterrará  a una mujer. A la izquierda a un hombre".
Mohamed ha crecido en la ciudad de los muertos, donde residen entre 100.000 y 500.000 almas (las de los seres vivos), según a qué fuente se haga caso. 
Junto a su familia, Mohamed habita un panteón que pertenece a una familia cairota de clase media. 
"Las familias de los fallecidos nos dejan vivir en los mausoleos a cambio de que los cuidemos", me cuenta.
A cambio de mantenerlos y de hacer trabajos de ampliación para más "inquilinos", como puedo comprobar.
Según me han dicho, las primeras familias pobres se establecieron aquí a finales del siglo XIX.
Mohamed ha votado por Libertad y Justicia, el partido de los Hermanos Musulmanes. Cree que es la fuerza que mejor representa a los egipcios. "Somos un país islámico", dice. 



Estamos a apenas veinte minutos en taxi del corazón revolucionario de El Cairo, pero el espíritu de Tahrir no se siente dentro de este cementerio. La convulsa actualidad política de Egipto parece aquí algo lejano, ajeno a sus habitantes.
Los niños ríen junto a las lápidas. Han nacido junto a la muerte, pero no parecen tener miedo a los fantasmas. 
Aquí lo que asusta a los vivos es el analfabetismo y la miseria. Estas mujeres, las madres de negro apartan la vista del objetivo de mi cámara. Aunque una de ellas sí se deja fotografiar. 
Cuando les pregunto si han participado en las elecciones, me miran extrañadas y dicen "no". ¿Y por qué? "No sabemos qué es lo mejor para nuestros hijos", explican. "Sólo esperamos que algún día puedan salir de aquí y tener una vida mejor". 



Una alfombra se seca colgada delante de una lápida. Los objetos cotidianos emergen en el espacio reservado a los difuntos. 
Según las costumbres funerarias del antiguo Egipto, los faraones se enterraban con todo lo necesario para asegurarse la inmortalidad. 
En la ciudad de los muertos, cinco mil años más tarde, son los vivos los que han decidido ocupar el territorio del más allá. Pero no buscan inmortalidad, aquí la mera supervivencia ya es un logro. 

Ella no vota, sólo tiene once años, pero sí sabe lo que quiere ser de mayor. "Costurera", dice. Es lo que más le gusta. Una sonrisa delante de una tumba, claro. 
Me encantaría volver dentro de unos años para saber qué ha sido de esta niña. 


La ciudad de los muertos es un laberinto polvoriento de calles sin asfaltar. Aquí, al contrario que en el resto de El Cairo, empapelado de propaganda electoral, no se ven apenas fotos de candidatos. 
En algunos lugares, los políticos hacen votar a los muertos. En éste, al contrario, da la impresión de que los candidatos ignoran a los vivos.
Los habitantes de la necrópolis forman parte de ese 40 por ciento de egipcios que viven con menos de dos dólares al día. Sus deshechos sirven para alimentar a los perros. 


Pero igual de real que la basura podrida en las calles es esta otra imagen. Majestuosos mausoleos como éste aparecen detrás de los muros. Son las joyas escondidas en la ciudad de los muertos. 



Porque la belleza aquí está siempre oculta, pero existe. Atravesando patios, abriendo puertas, aparecen, por ejemplo, estas tumbas de la época de los sultanes mamelucos (1250-15179. "Pertenecen a una familia noble", me explica Mahmoud, su custodio. Es el hombre que aparece en esta foto de aquí abajo. 

Mahmoud, el guardián de las tumbas. Lleva en el cementerio toda su vida. No sabe si en la del más allá, también estará aquí. Es una duda que me llevo ¿Entierran en la ciudad de los muertos a sus habitantes? Tengo que volver para preguntarlo. También tengo que preguntarle a Mahmoud si ha votado. Lo único que me ha dicho es que "los salafistas son algo ajeno a la tradición egipcia." Un fenómeno nuevo en la política de la era post Mubarak. 
Todo un sabio Mahmoud, uno de los ciudadores de lápidas de la ciudad de los muertos.

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