sábado, 5 de noviembre de 2011

NOVIEMBRE EN MANAGUA







Los caminos que comunican Madrid con Managua pasan inevitablemente por San Juan de Costa Rica o por Miami. Desde ésta segunda ciudad, tomo el vuelo AA98 rumbo a la capital nicaragüense, donde viví un tiempo hace ya 14 años. 
A mi lado, va sentada una mujer nica de mediana edad, con un libro de Laura Esquivel en las manos. A ella va dirigida la primera pregunta del viaje: Cómo está el país en vísperas de las elecciones?
"A los que hicimos la revolución nos gustaría volverla a hacer, pero sabemos que no es posible porque el mundo ha cambiado", contesta.
Pues sí, mucho ha cambiado el panorama desde aquel julio de 1979 cuando el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) entró victorioso en Managua tras tumbar la dictadura sangrienta de los Somoza. 
Mucho ha cambiado todo. La guerra fría acabó. El planeta ya no se divide entre el bloque socialista, los aliados de Nicaragua, y el imperialismo yanqui, la bestia a derrotar. 
Ahora los apoyos son otros y el enemigo, los mercados, mucho más difuso.  
Adaptándose a los nuevos tiempos, el propio sandinismo se ha transformado estéticamente. Ha abandonado el evocador rojinegro de épocas pasadas y ahora se viste de rosa, amarillo y azul. Buenrollismo post revolucionario. Paz y amor para todos. 






Pero la transformación no es sólo por fuera. El volantazo ideológico también ha sido contundente. El sandinismo se ha vaciado de contenido. Y sobre todo se ha puesto a rezar. 
Daniel Ortega ya no es guerrillero sino un "cristiano" que tiene "el corazón a la izquierda, pero la cabeza a la derecha".
El supuesto progre de izquierdas, ahora está en contra del aborto terapéutico. Lo prohibió hace cinco años para ganarse el apoyo católico, en un país profundamente conservador. 
Bien, pues en esa Nicaragua neosandinista es en la que aterriza nuestro avión de American Airlines. 
Managua, esa no-ciudad de calles sin nombre (sin reconstruir tras el terremoto de 1972), nos recibe bajo una lluvia tropical. 
Ya no huele sólo a leña y barro, los aromas  de hace 14 años. Ahora se mezclan, además, las esencias de palomitas humeantes y hotdogs de gasolineras "On the run" y de centros comerciales surgidos como champiñones durante la última década. 
Ahora junto a la silueta de Sandino, se levantan, entre otros, los luminosos de telefonía móvil inexistentes cuando vine, en la era pretecnológica. 
Mucho ha cambiado todo, menos una cosa: Nicaragua sigue siendo un país pobre. El más pobre de América latina después de Haití.


Quién va a ganar las elecciones? Segunda pregunta del viaje, dirigida ahora a un joven empleado en el aeropuerto de Managua. "Va a ganar Daniel. Yo le voy a votar porque el sandinismo me ha ayudado. Pertenezco al partido y gracias a eso he conseguido este puesto de trabajo", contesta.
Ahhh...Vale. Ahora entiendo eso que los críticos llaman "clientelismo". La sumisión política de una legión silenciosa a cambio de pan. Trabajo a cambio de voto.
Según me cuentan, Ortega se ha vuelto todo un experto en comprar voluntades. 
Daniel, como aquí le llaman, se ha dedicado durante sus cinco años de mandato (ganó en 2006) a subvencionar transporte, vivienda y comida a las clases más desfavorecidas. 
Ha regalado techos de zinc, vacas y gallinas. Ha sembrado simientes que ahora se dispone a recoger en forma de victoria electoral. El 60 % de la población, los más desfavorecidos, son ahora potenciales votantes sandinistas. 
"Sí hay que reconocer que el sandinismo es la fuerza política que más trabaja por los pobres", dice Donald, comandante de un ferry que navega por el lago Nicaragua.
Pero Donald también tiene clara una cosa: "Ya no hay sandinismo, sólo hay orteguismo", sentencia. Según él, el inicial pluralismo del Frente es cosa del pasado.  


Ahhh, vale, me digo a mi misma, entonces no es sólo la prensa de derechas la que denuncia el caudillismo presidencial. Hasta sus propios votantes consideran que Ortega lidera el partido y el país con mano de hierro. Sin hueco para la más mínima diferencia de criterio. 
Darse una vuelta estos días por Nicaragua para sondear la voluntad de voto es intuir que el sandinismo ganará por goleada. Al menos así lo expresa la gente de puertas para afuera.
Hablar con los nicaragüenses también permite darse cuenta de una realidad: el paisaje político no se reduce a sandinistas de izquierda y ultraliberales. También hay una oposición progresista, aunque muy limitada y en coalición electoral con la derecha. 
En un garito nocturno al aire libre, hablo con Humberto, un neumólogo infantil. "Es imposible ser intelectual y votar a Ortega", me dice. 
"Yo soy de izquierdas pero no creo en el corrupto sandinismo actual. A Ortega le interesa que el país no avance para seguir obteniendo el voto de los pobres", dice. 
Otra chica nicaragüense aclara que, durante su mandato, el presidente no ha hecho nada para mejorar la educación, la piedra angular de todo progreso. "Sólo está interesado en el efecto electoral a corto plazo y para eso le sale más rentable regalar vivienda que invertir en maestros", dice. 
Y cuál sería el objetivo del presidente, les pregunto. "Perpetuarse en el poder y repartírselo con la derecha como lleva haciendo desde el año 2000. Quiere mantener subvencionados a los más desfavorecidos para que nada evolucione", asegura Humberto. 
En definitiva, un régimen "orteguista" financiado por los petrodólares del amigo venezolano, Hugo Chávez.
No es el único que piensa así. La intelectualidad progresista de Nicaragua está asqueada hasta la náusea con el sandinismo de nuevo cuño.
Hace ya once años de "el pacto", como aquí llaman al acuerdo de Ortega con el entonces presidente, el neoliberal Arnoldo Alemán, para repartirse el control de las principales instituciones del Estado (ver anterior post El vacío del Sandinismo). 
El líder del Frente Sandinista ha sido cómplice de la corrupción del gobierno de Alemán, denuncian los descontentos. 
Frente al saqueo perpetrado por la derecha, Ortega miró hacia otro lado a cambio de ventajas políticas. Abandonó la utopía y se rindió al pragmatismo. Todo con tal de lograr sus intereses partidistas.
El ex guerrillero Daniel Ortega ha moldeado una justicia a su medida para poderse presentar a un tercer mandato anticonstitucional.
"Lo llaman democracia y no lo es", ese grito no resuena en las calles de Managua, aunque aquí sería muy necesario. 
Los indignados nicaragüenses no son jóvenes en paro. Son campesinos que protestan ante un casi seguro fraude electoral. 
Viven en zonas antisandinistas y no van a poder votar porque no les han entregado sus cédulas de identidad. 
Ay Nicaragua Nicaragüita, sigue cantando Luis Enrique Mejía Godoy. Y la música de antaño cobra ahora un nuevo significado.
La Nicaragua post revolucionaria sigue necesitada de luchas. Necesitada de más democracia. Y sobre todo, necesitada de progreso porque Nicaragua sigue siendo pobre. Aunque haya llovido mucho desde aquel julio de 1979.

No hay comentarios:

Publicar un comentario