miércoles, 8 de junio de 2011

EL PEPINAZO CONTRA LOS TÓPICOS


Vaaaale, ya sabemos que España no es nada más que un PIG (S) y que, en cambio, Alemania es la mayor potencia económica de Europa y una de las mayores del mundo. Sabemos también que vivimos en el país de la paella, la juerga, la siesta (¿quién la hace aún?) y el vuelva usted mañana. Alemania, en cambio, es la tierra de la eficacia, la racionalidad, el orden y la disciplina. 
La mal llamada crisis de los pepinos ha vuelto a agitar todos esos fantasmas. Ya están los alemanes mirándonos por encima del hombro, hemos pensado. Porque los españoles somos especialistas en despellejarnos entre nosotros, pero eso sí, que a ningún guiri de pacotilla se le ocurra venirnos a juzgar, porque no lo perdonamos. Aquí sólo se permite la guerra cainita. Como reflejó Goya, sólo aceptamos la lucha a garrotazos.
En cualquier caso, si algo bueno ha tenido todo este problema pepinero ha sido el demostrar que los estereotipos, a veces, sólo sirven para saltar por los aires.
Si Alemania es la eficacia hecha país ¿por qué no ha dado aún con la causa del brote? Más de quince días después de registrarse los primeros casos, el misterio continúa. Y los errores se van acumulando. Primero se echó la culpa a los pepinos españoles, después a un restaurante a 70 kilómetros de Hamburgo y por último, a la granja de brotes de soja, donde se inspeccionan hasta los guantes del último agricultor. Pero no han sido más que palos de ciego. Los investigadores han ido dando tumbos para volver al principio: ni idea sobre el origen de la infección por la bacteria asesina. 
Sorprende la torpeza alemana en este caso como también nos sorprendió la tragedia de Duisburgo hace ya casi un año.
Si Alemania es la tierra de la previsión ¿cómo es posible que la love parade se convirtiera en una auténtica pesadilla?  Seguro que lo recuerdan, el festival de música terminó en una avalancha humana que costó la vida a 19 personas, entre ellas a dos jóvenes españolas. 
No, la verdad es que semejante catástrofe uno no se la espera de un país como Alemania, pero lo cierto es que allí ocurrió. 
Así fue la estampida de Duisburgo

Como también es cierto que en España trabajamos más horas y más días que en Alemania, a pesar de que Angela Merkel deje caer que "algunos (refiriéndose al sur, claro) disfrutan de demasiados días libres" en comparación con la austeridad germánica.
Todos echamos mano de tópicos y prejucios cuando nos viene bien, aunque nos provoca urticaria cuando nos los aplican a nosotros.
Nos ha sentado mal que la locomotora de Europa viniera a fastidiarnos precisamente ahora que seguimos sin levanta cabeza. Con la que está cayendo, van los teutones y golpean al sector agroalimentario, uno de los pocos que se mantenía a flote. 
Alemania, como todo el norte de Europa, ve en España a un país con mentalidad cortoplacista. Y eso, reconozcámoslo, es verdad. 
Si no fuera cierto, nos habríamos preocupado de las consecuencias de inflar la burbuja inmobiliaria como lo hicimos, hasta la demencia. 
¿Quién pensó en el bien común cuando especulaba con la vivienda? Recordemos que la compra especulativa llegó a rondar el 30 por ciento.
Asumido nuestro punto débil, hay que reconocer también que los alemanes se han equivocado en el objetivo del ataque. 
Si en algún lugar hay perfeccionismo, planificación e instinto de superación constante es en los invernaderos almerienses. 
Dejemos que los vecinos del norte nos hagan críticas constructivas, quizá aprendamos algo de ellas. Pero que no busquen la ineficacia en el pepino andaluz. Que la busquen más bien en la Carrera de San Jerónimo. Allí la van a encontrar a toneladas.

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